Bebes 3 litros al día, pero en lugar de sentir ligereza sientes hinchazón y pesadez. ¿Te suena familiar?
Resulta que el agua no siempre es amiga de quienes pierden peso. Para el 40% de las personas, la genética juega una broma cruel: sus riñones no tienen tiempo de eliminar el exceso de líquido y éste se acumula en el espacio intercelular.
Pero no se trata solo de hinchazón: con el tiempo, el agua se mezcla con las células grasas y crea “bolsas” densas en el estómago y los muslos. ¿Cómo sucede esto? Cuando bebes demasiado, tu cuerpo pierde sodio.

Para restablecer el equilibrio, comienza a retener agua, y junto con ella, grasa. ¿Pero cómo saber cuando estás yendo demasiado lejos? Si después de beber un vaso de agua corres al baño más de dos veces por hora, es una señal: tus riñones están bajo estrés.
Otro mito es que el agua fría acelera el metabolismo. De hecho, ralentiza la digestión: los intestinos gastan energía en calentar el líquido en lugar de procesar los alimentos. ¿Qué hacer?
Primero, beba agua tibia con limón: estimula la vesícula biliar y descompone las grasas. En segundo lugar, añade una pizca de sal del Himalaya (¡no normal!) a cada litro de agua.
Esto restaurará los electrolitos y evitará la “obesidad hídrica”. Compruébalo: en 5 días tu cuerpo estará más claro y tu piel ya no parecerá un globo.