Los científicos se propusieron descubrir cómo la naturaleza sedentaria del trabajo, combinada con horarios irregulares y la dependencia de la tecnología, afectan el sueño de los trabajadores.
Para ello se organizó un estudio con la participación de empleados de varios institutos.
Durante unos 10 años observaron que casi 1.300 empleados trabajaban a tiempo completo, es decir, unas 46 horas a la semana.
Se rastrearon los siguientes aspectos: con qué regularidad duerme una persona, cuánto tarda en conciliar el sueño, si sufre de insomnio, qué tan cansado está durante el día, con qué frecuencia duerme siestas y cuánto tiempo duerme.
Como resultado, todos los sujetos se dividieron en tres grupos según los "fenotipos del sueño".
El primer grupo, por cierto, era el más grande (57%) e incluía a personas que dormían bien y tenían un sueño saludable en los seis parámetros.
El segundo grupo, con una cuarta parte de los trabajadores, estaba formado por los que querían dormir.
Estas personas suelen dormir durante el día y pasan más tiempo en la cama los fines de semana para dormir lo suficiente.
Los trabajadores restantes, el 18%, fueron catalogados como afectados de insomnio.
Se descubrió que padecían numerosos problemas de sueño, dormían mucho, se sentían cansados y tenían dificultades para conciliar el sueño.
Como descubrieron los investigadores, existe una relación entre las particularidades del trabajo moderno y este patrón de sueño.
Así, las personas cuyo trabajo era más sedentario tenían un 37% más de probabilidades de tener problemas de sueño, lo que puede conducir al desarrollo de insomnio.