Cuando fríes un huevo por la mañana, ¿se pega, se rompe y parece como si le hubiera pasado por encima una apisonadora?
La culpa la tienes a la sartén, al aceite o incluso a las gallinas que no ponían bien. ¡Pero la verdadera razón eres tú! O mejor dicho, tu forma de cocinar. Resulta que los huevos necesitan ser... planchados.
Sí, literalmente. Antes de desmenuzarlas, calienta una sartén, añade un chorrito de aceite y extiéndelo con un pincel suave, como si estuvieras pintando un retrato.

Entonces la clara quedará plana y la yema permanecerá redonda, como el sol.
Y ahora la sorpresa: ¡no puedes salar los huevos hasta que estén listos! La sal extrae la humedad y los huevos se transforman en goma. Espolvoréalos en el último momento y el plato quedará tierno.
Otro secreto es añadir una cucharadita de agua a la sartén y tapar con una tapa. El vapor hará que la yema adquiera una consistencia cremosa, incluso si te gustan los huevos duros.
Y lo más importante: nunca utilices una espátula de metal. Ella raya la sartén y asusta los huevos. Una espátula de madera o silicona es tu mejor amiga.
Y si quieres sorprenderte a ti mismo, rompe los huevos en una taza, bátelos con un tenedor y vierte la mezcla en una sartén caliente. Obtendrás algo entre una tortilla y una nube.