La mayoría de las tablas de queso parecen una mezcla de ingredientes, pero algunas reglas pueden convertirlas en una obra de arte.
Todo comienza con la selección: de tres a cinco variedades de diferentes texturas, colores e intensidades de sabor.
El brie suave, el cheddar añejo, el blue dor blue y el queso de cabra con hierbas aportan equilibrio.

La paleta de colores no es menos importante que el gusto.
La mozzarella blanca como la nieve, el gouda anaranjado, el roquefort grisáceo y el camembert cremoso atraen la mirada.
Añade bayas, nueces y ramitas de romero para añadir contraste al tablero.
La forma del corte enfatiza el carácter del queso. Las variedades duras se cortan en rodajas finas, las blandas se sirven enteras con un cuchillo y las desmenuzables se desmenuzan con un tenedor.
No mezcle sabores: separe el sabroso limburger de la neutro ricotta con hojas de lechuga.
Los accesorios son la clave de la armonía. La miel en una salsera, la mermelada de pera y la mostaza en mini cuencos añaden interactividad.
Las galletas y el pan crujiente se colocan por separado para que no se empapen.
Servir los quesos a temperatura ambiente: el frío mata el sabor.
Colóquelos en el sentido de las agujas del reloj, desde el más delicado hasta el más intenso. Dejar algunos espacios en blanco en el tablero: esto no es un signo de tacañería, sino un homenaje a la estética.
Con un plato así, incluso una cena sencilla se convertirá en un acontecimiento, así que ármate con estos consejos y date prisa en complacer a tus seres queridos.