La juventud es como una vela encendida: brillante, pero que se derrite rápidamente. Mientras la llama aún está alta, vale la pena tomarse un tiempo para recoger las chispas, que luego se convertirán en la luz de tus recuerdos.
Esto es lo que es importante no perderse.
El tiempo vuela y con él crecen las obligaciones. Ahora es el momento en que puedes permitirte ser egoísta en el buen sentido: poner tus sueños por encima de las expectativas de los demás.

Entiende lo que te hace feliz, aprende a ignorar las críticas innecesarias y encuentra aquello por lo que estás dispuesto a luchar.
Cuanto antes dejes de probarte mascarillas, más fácil te resultará respirar.
Vive un día sin gadgets, escuchando el sonido de la lluvia. Lee un libro que toque tu corazón. Ten una conversación a altas horas de la noche con tus amigos sobre algo importante y sin sentido al mismo tiempo. Y luego, una mochila, un billete de ida y una carretera donde no hay Wi-Fi.
Contempla una puesta de sol en el desierto o una tormenta en el océano. Estas impresiones se convertirán en tu moneda interna que nunca se depreciará.
El miedo al juicio, a los errores, a los fracasos: todos estos son marcos que te impiden crecer.
La juventud te da derecho a experimentar: cambiar de profesión, mudarte a otra ciudad, enamorarte de la persona equivocada.
Incluso si algo sale mal, tendrás tiempo de empezar de nuevo. Lo principal es no dejar que el miedo se convierta en el guión de tu vida.
La vida es como un río: avanza rápidamente y sólo de ti depende si entras en sus aguas o la observas desde la orilla.
Mientras los años sean flexibles y el corazón lata más rápido, actúa. Entonces será demasiado tarde para arrepentirse de no haberlo intentado.