Imagínate que estás en el calor de una discusión y sientes que hay un abismo entre tú y tu interlocutor.
¿Pero qué pasaría si sólo tres pasos pudieran convertir el conflicto en diálogo? El secreto no está en la elocuencia, sino en la capacidad de escuchar de tal manera que el propio oponente quiera comprenderte.
Lo importante no son las palabras sino el lenguaje corporal. Relájate, pero inclínate ligeramente hacia tu interlocutor, como si captaras cada palabra.

Míralo a los ojos, pero no como un detective: un contacto ligero es suficiente.
Asiente, di “ajá” o “mmm”, pero… guarda silencio. Sí, sí, intenta no interrumpir ni un minuto.
Es como un elixir mágico: cuando una persona siente que realmente es escuchada, ella misma comienza a abrirse.
Y ahora, un truco del arsenal de los psicólogos. Repite su frase, pero con tus propias palabras. ¿Suena extraño? ¡Pero funciona!
Si cometes un error, te corregirá inmediatamente, y si aciertas, sentirá que estáis en la misma onda. Éste no es un sí-hombre, sino un puente entre vuestras realidades.
Y aquí está el final: haga preguntas que no puedan responderse con un "sí" o un "no".
En lugar de "¿Te gustó la película?" Pregunta: "¿Qué te sorprendió de este final?" Es como si fueras un detective investigando más a fondo, pero sin presión.
Y lo más importante, mantén el tono neutral. Incluso si estás hirviendo por dentro, di: "Me pregunto por qué decidiste eso". —y observa cómo el oponente, en lugar de discutir, comienza a… explicar.
Mira esto la próxima vez que una discusión se acalore.
Te sorprenderá lo fácil que es que una conversación pase de ser una batalla a un baile de pensamientos: simplemente deja de hablar y comienza a escuchar.