¿Por qué algunas personas alcanzan fácilmente nuevas alturas, mientras que otras aguantan el paso durante años? La respuesta no está en la suerte ni en el talento, sino en la capacidad de creer en uno mismo.
La confianza no es un don innato, sino una habilidad que se puede desarrollar. Y aquí te explicamos cómo hacerlo.
Lo primero que destruye la confianza en uno mismo es el crítico interno. En lugar de pensamientos como “No puedo con esto”, debes elegir frases que te den energía: “Lo estoy intentando”, “Aprenderé”.
Al mismo tiempo, es importante cambiar el lenguaje corporal: una espalda recta, un habla lenta y el contacto visual envían la señal al cerebro: “Soy digno de atención”.
Estos cambios no requieren esfuerzos titánicos, pero desencadenan una reacción en cadena de cambios positivos.
La zona de confort es el principal enemigo del crecimiento. Puedes empezar con microacciones: iniciar una conversación con un desconocido, inscribirte en un curso o hablar en una reunión.
Cada uno de estos pasos es una prueba para ti mismo: “Puedo hacer más”. Los errores en el camino no son fracasos, sino una experiencia valiosa.
Aquellos que han aprendido a aceptar el fracaso como parte del viaje dejan de tener miedo de probar cosas nuevas.
La confianza crece cuando una persona ve progreso. Cada día, celebra incluso los pequeños logros: una tarea completada, un miedo superado.
La visualización ayuda a consolidar el resultado: imagina con qué confianza negocias o hablas en el escenario.
El cerebro no distingue entre fantasía y realidad, por eso el “entrenamiento mental” regular modifica gradualmente el comportamiento.
La confianza es como un músculo: cuanto más la usas, más fuerte se vuelve. No esperes resultados instantáneos, sino cree que cada día te acerca más a la vida que antes sólo soñabas.
