Cada noche, millones de personas abren inconscientemente un paquete de galletas o sacan una barra de chocolate en un intento de borrar las huellas de un duro día de trabajo.
La comida se está convirtiendo en un lenguaje universal de emociones: consuela después de las peleas, celebra los éxitos y llena los silencios de la soledad.
Incluso los momentos felices de la vida suelen ir acompañados del deseo de “endulzar” la victoria.

Los psicólogos señalan que la comida rara vez resuelve un problema real.
Sólo atenúa temporalmente el malestar interno, creando así la ilusión de control.
Tomar una elección consciente ayudará a romper el círculo vicioso. Esto significa que en lugar de ir a una pastelería, deberías ponerte unas zapatillas y dar un paseo rápido por el parque más cercano.
La actividad física desencadena la producción de endorfinas, que actúan como un analgésico natural.
Una buena opción es la natación o el yoga. Cambian el foco de la presión mental a las sensaciones físicas, recuperando una sensación de armonía.
Experimentar con rituales alternativos abre posibilidades inesperadas.
Un baño aromático con sal, diez minutos de meditación con el sonido de la lluvia, dibujar abstracciones en un cuaderno: incluso los pequeños cambios reconstruyen gradualmente los patrones de comportamiento.
La clave es encontrar una actividad que te proporcione gratificación instantánea sin culpa.
La primera semana será un desafío, pero dentro de un mes tu cerebro comenzará a asociar la relajación con hábitos nuevos y saludables.