¿Pasas la aspiradora todos los días, pero por la noche los estantes vuelven a estar cubiertos por una capa gris?
La culpa no es de una mala limpieza sino de tus hábitos.
El primer error es abrir las ventanas de par en par por la mañana. El aire fresco parece ser beneficioso, pero junto con él, toneladas de polvo de la calle se introducen en las habitaciones.

Ventile a través de una malla fina o una gasa húmeda para atrapar las partículas.
Quizás hayas olvidado limpiar una de las principales fuentes de polvo: las plantas de interior. Sus hojas acumulan partículas que luego son transportadas por toda la casa.
Limpie las hojas con un paño húmedo una vez por semana o rocíelas con agua de una botella rociadora.
Además, si quieres decorar tu interior, utiliza plantas de seda artificial: son más fáciles de limpiar y no requieren riego.
Otro enemigo menos obvio son las servilletas de papel. Al espolvorearlos, dejan fibras microscópicas que se depositan en las superficies.
Reemplace los paños con microfibra: atrapan el polvo en lugar de dispersarlo.
Por cierto, el paño utilizado para limpiar el polvo debe estar húmedo: uno seco solo levanta partículas al aire, que volverán a depositarse en la superficie al cabo de una hora.
Humedezca el paño con agua y una cucharada de sal: atraerá el polvo como un imán.
Y nunca te olvides de las partes superiores de los marcos de las puertas y las cornisas: es allí donde se acumula la principal “reserva” de polvo, que mueves por la casa intentando limpiar las estanterías.