Debería oler a nueces, derretirse en la boca y crujir en los dientes. Pero muy a menudo lo que se obtiene es una masa sin rostro que incluso el gato ignora.
Todo se reduce a cinco errores que cometen el 90% de los entusiastas de la cocina.
Cereales en un abrigo de piel polvoriento
El trigo sarraceno que no se lava antes de cocinarlo es el principal enemigo del aroma. Los restos de polvo y almidón convierten el caldo en una gelatina turbia y los granos se pegan entre sí como papel.

Para que la papilla quede aireada, basta con enjuagar el cereal con agua fría 2-3 veces.
El agua: ¿amiga o enemiga?
¿Echaste el trigo sarraceno "a ojo"? En vano. Las proporciones ideales son 1:2 (un vaso de cereal por dos vasos de agua).
Si no hay suficiente líquido los granos quedarán con sabor a roble. Si te excedes, terminarás con un desastre.
Y sí, aquí no sirve de nada hervir el agua: vierte agua fría sobre el cereal para que el calor se distribuya uniformemente.
Paciencia versus cuchara
La tentación de revolver la papilla mientras se cocina es grande, pero eso es lo que la convierte en una pasta. ¿Cerraste la tapa? Olvídate de la cuchara durante 15 minutos.
Y después de apagar el fuego, no te apresures a ponerlo en los platos: deja que el trigo sarraceno “descanse” durante 10 minutos debajo de una toalla.
En este momento los granos absorberán la humedad restante y quedarán perfectamente desmenuzables.
Intente seguir estas reglas y hasta un simple trigo sarraceno con mantequilla le parecerá una revelación gastronómica. Y si le añades cebolla frita o champiñones, tus invitados pensarán que has recibido una clase magistral de un chef con estrella Michelin.