En la naturaleza, la vitamina E existe en ocho formas diferentes, pero sólo una de ellas, el alfa-tocoferol, satisface plenamente las necesidades del cuerpo humano.
La función principal de la vitamina E es ser un antioxidante, es decir, proteger las células de los efectos de los radicales libres, especies reactivas de oxígeno que se forman durante la vida y dañan los tejidos.
Además de sus fuertes propiedades antioxidantes, la vitamina E fortalece el sistema inmunológico, ayuda al cuerpo a combatir las infecciones de manera más efectiva y previene la formación de coágulos en los vasos sanguíneos. La vitamina E también previene la acumulación de colesterol malo en las arterias.
Los médicos identifican la deficiencia de vitamina E por los siguientes síntomas: daño a la retina, una afección en la que los nervios periféricos, generalmente en los brazos o las piernas, se atrofian, provocando debilidad y dolor. Otro síntoma de la deficiencia de vitamina E puede ser la disminución de la inmunidad.
Hay buenas noticias: en los adultos sanos prácticamente no existe deficiencia de esta vitamina.
La mayor cantidad de esta vitamina se encuentra en los aceites vegetales: aceite de germen de trigo, aceite de girasol, aceite de cártamo y aceite de maíz.
La vitamina E también es rica en yemas de huevo, semillas de girasol y nueces: almendras, avellanas, así como maní, tomates, mangos y kiwis.
Anteriormente los llamábamos hábitos que prolongan la vida y mejoran la salud.