Los dichos de los filósofos y sabios antiguos han vivido durante miles de años y nadie duda de su exactitud.
Hace unos dos mil años, el filósofo Sócrates logró desentrañar el secreto de la estupidez sin la ayuda de IA o pistas externas.
En los tiempos actuales, claramente no hay motivos para dudar de la exactitud de sus juicios.
Así que, si a tu alrededor hay personas cuyo discurso no se detiene ni un segundo, recuerda las palabras del anciano: “Quien habla mucho no siempre tiene algo que decir”.
Todo es extremadamente sencillo. Sócrates llegó a lo más profundo del pensamiento humano y extrajo de él la raíz más sutil de la sabiduría.
Lo que se dice debe evaluarse no por el número de palabras, sino únicamente por el significado.
Es decir, la locuacidad de una persona indica la superficialidad de sus conocimientos.
Y cuantas más palabras diga tu interlocutor al discutir un tema determinado, más te alejará de su respuesta a la pregunta.
Según los científicos modernos, este rasgo aparece en personas que no son buenas en el autoanálisis.
También se cree que los "charlatanes" sólo valoran sus propias opiniones y utilizan un flujo interminable de palabras como defensa o forma de ocultar sus inseguridades.