El lenguaje es un sistema autorregulador en el que es bastante difícil influir desde el exterior.
Las instituciones sólo pueden registrar los cambios lingüísticos a posteriori, reflejando la norma moderna en diccionarios y gramáticas.
Sin embargo, a veces el Estado todavía puede influir en el idioma al declarar que tal o cual innovación lingüística es la norma, escribe el canal zen “Lingvoed”.
En 1956, tres años después de la muerte de Stalin, se llevó a cabo una reforma del alfabeto ruso.
Se prescribió, en particular, que al final de los sustantivos después de los sustantivos sibilantes, la letra "o" se escribiera acentuada (bola, doctor, borscht).
Sin embargo, en la palabra "Ilich" se permitía escribir "yom".
Esta ortografía se desarrolló históricamente, lo que contribuyó al hecho de que Nadezhda Krupskaya en cartas a su marido lo llamó Vladimir Ilich.
Bajo Stalin, ni un solo lingüista se atrevería a corregir este error en el patronímico del líder de la revolución. E incluso después de la muerte de Stalin, se decidió que la letra "o" debería escribirse en los patronímicos de todos los Ilich, excepto uno.
Así, Chaikovski se convirtió en Piotr Ilich, y Lenin siguió siendo Vladimir Ilich durante mucho tiempo.
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