Un adulto que se topa con un charco en el camino probablemente se sienta insatisfecho y comience a regañar a la empresa de servicios públicos o a quejarse de los zapatos que pierden agua.
Para un niño, un charco es una gran oportunidad para pasar tiempo divertido (y útil para el desarrollo).
Antes de ir a “visitar” el charco, debes prepararte: lleva botas de goma, ropa impermeable, un balde y una pala para jugar, busca un palo largo y no olvides coger toallitas húmedas.
Dicho esto, en la orilla, discuta las reglas de comportamiento con su hijo. Puedes: caminar sobre charcos, pisotear pequeños charcos, cavar en ellos con una pala y un palo. No puedes: saltar y correr sobre charcos, chapotear o cavar en un charco con las manos.
¿Qué hacer si el niño no escuchó y violó el acuerdo? No lo regañes, simplemente detén el juego y llévalo a casa o a otro lugar, lejos del charco; no volverá a hacer eso.
Simplemente puede dejar que su hijo camine sobre los charcos; esto le ayudará mucho si tiene un largo viaje por delante. Ofrécete a medir el charco en tus pasos, los de mamá o papá. Lleva contigo un coche que puedas hacer rodar por un charco con una cuerda.
Si te abasteces de antemano de un palo y un carrete de hilo, puedes hacer una caña de pescar. Ate un cono u otro “gancho” al otro extremo e intenten pescar juntos o atrapar hojas de un charco.
Además, con la ayuda de un palo se pueden estudiar las propiedades de un charco (su profundidad), y vertiendo agua en un vaso transparente se puede comparar su transparencia en diferentes charcos.
Observa qué charco se seca más rápido: el que está a la sombra o el que está al sol: para ello es necesario delinearlos con tiza y luego compararlos.
Con una pala podrás unir charcos, cavar canales y familiarizarte con presas, o dejar huellas de zapatos mojados en el asfalto seco o incluso crear con ellos un auténtico laberinto.