Una creencia relativamente joven que rápidamente ganó popularidad y sigue siendo relevante en el siglo XXI.
Hay varias teorías sobre el origen de esta superstición. La explicación más popular es que en un sueño una persona se parece a una persona muerta, por lo que esa imagen puede traer la muerte.
Todo empezó en el siglo XIX. Tan pronto como fue posible tomar fotografías, entre las clases adineradas surgió la tradición de capturar a un familiar fallecido como recuerdo. Se sentaba al difunto a la mesa, se le colocaba en las manos un libro o periódico y se le tomaba una fotografía. En las fotografías, el fallecido parecía una persona que simplemente se había quedado dormida.
La tradición continuó hasta los años 1960. Entonces nació la creencia de que no se debe fotografiar a una persona dormida, de lo contrario podría provocarle la muerte.
Según los esoteristas, el alma de una persona dormida es la más vulnerable. En este tipo de fotografías se conserva parte del alma y flujo energético del objeto fotografiado.
Los hechiceros o brujas pueden aprovechar esto e imponer una maldición o daño. Por lo tanto, los psíquicos definitivamente no recomiendan publicar este tipo de fotografías en Internet.