El truco proviene de la URSS, pero incluso las amas de casa modernas lo utilizan a veces.
En los viejos tiempos, al mirar el horno de una ama de casa soviética, se podía encontrar un detalle interesante: en el fondo, sobre una bandeja para hornear, había sal de hollín amarilla o marrón.
El producto podría permanecer allí durante años. A nadie se le ocurriría tirarlo después del primer uso.
La sal en el horno tenía su propio y sencillo propósito. La clave era hornear el plato de manera uniforme.
El problema era que el calor se repartía de arriba a abajo. Los productos horneados estaban quemados por un lado y crudos por el otro.
Para preparar el plato perfecto se colocaba en el horno una bandeja para horno con sal o arena. La capa de tres centímetros absorbió el calor y luego lo liberó uniformemente. De esta manera el plato quedó bien horneado por todos lados.
Algunas amas de casa no utilizaban ni arena ni sal. Para ello disponían de ladrillo o piedra. Su esencia era la misma.